Cierto gitano tenía un borrico viejo que ya no le servía para nada. Entonces, se le ocurrió venderlo, pero como el burro era tan viejo, pensó que nadie le daría más allá de tres pesetas (dinero español). Un compadre más pícaro que él todavía, le dio una idea que el gitano aceptó muy agradecido, y aquí tenéis al borrico convertido en linda cabalgadura. El gitano llegó al mercado con su borrico vestido, y en seguida la gente empezó a fijarse en el.
-Oiga, compadre. Vende usted ese burro?
-Para lo que él vale, lo doy barato, pero comprendo que hay que vender y que no están los tiempos para pedir lo que en realidad vale el borrico de mi alma.
Un hombre gordo y barrigón que traía un borrico casi tan triste como el del gitano, aunque no iba disfrazado, intervino.
-Bueno, amigos. No entretengan al compadre si es que no van a comprar. Yo necesito un burro porque éste que traigo no me sirve para nada.
Estuvieron regateando más de una hora, pues el gitano pedía un precio astronómico, asegurando que aquel borrico era descendiente del que Noé llevó con él al Arca.
El hombre gordo, al fin, se dejó convencer y pagó un montón de monedas pero como el gitano le había rebajado bastante de la barbaridad que le pidió al principio, se fue tan satisfecho creyendo que había hecho un negocio estupendo.
Entretanto, el hombre gordo recorría las calles del pueblo llevando el burro del Arca de Noé, que, en realidad, podía ser el mismo por la edad que tenía. Muy orgulloso de la compra que había hecho lo mostraba a sus vecinos como si fuera una joya.
De pronto, se dio cuenta de que un viejecillo lo iba siguiendo desde hacía rato, mirando y remirando al animal y sin decir palabra. Disgustado porque no se lo alababa, el gordo interrogó al viejecillo.
-Qué te pasa? Es que no te gusta mi burro o es que tienes envidia?
-Dios me libre de tan feo defecto, amigo! Lo que voy mirando es que este animal no pisa bien con el pie izquierdo. Yo diría que cojea.
El hombre gordo, respondió molesto:
-Tú sí que cojeas!, y también eres bizco según lo mal que ves. Un animal tan precioso! No hay más que verlo...
El viejecillo no se amilanó:
-Eso digo yo, que habría que verlo, porque tú le has visto al burro las vestimentas, pero lo que es el cuerpo limpio, me parece que no.
El burro cojeaba cada vez más, cansado de tanto paseo.
Y el anciano, impaciente, indicó:
-Bueno, pero, por qué no le quitas las vestimentas? Es que tienes miedo?
Al quitárselas por poco se desmaya el amo. Cicatrices, llagas... Para qué seguir enumerando? Aquello no era un burro, era una exposición de desgracias. No era extraño que cojease. Lo raro es que se pudiera tener en pie, el pobre cuadrúpedo.
El hombre gordo, se tiraba de los pelos, desesperado.
-Este burro no vale no dos pesetas -decía furioso-. Qué hago yo ahora con él?
El viejecillo le aconsejó irónico:
-Puedes llevarlo a un hospital si te lo admiten. Y así aprenderás a no fiarte de apariencias. Tú te dejaste deslumbrar por el oro, los lazos y los decorados, que convertían a ese esquelto en un anuncio, y no te preocupaste nada de lo que pudiera haber escondido detrás de tanto disfraz. Ahora has tenido tu merecido por incauto.
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