Tuesday, December 15, 2009

Posada de las Tres Cuerdas (pg 133- column 1)

Posada de las Tres Cuerdas (pg 133- column 1)

Junchiro estaba agotado. La discusión con su hermano le había dado fuerzas para llegar hasta allí, pero ahora lo que más deseaba en este mundo era acostarse y dormir.

Si no hubiese estado tan cansado, tal vez le hubieran llamado la atención algunos detallas: ese silencio tan grande en toda la casa, la puerta abierta, la bandeja servida como esperándolo.

La noche en el bosque era húmeda y fría y Junchiro se sintió satisfecho de estar en un lugar caliente y cómodo, sin pensar en nada más.

Sin ninguna preocupación, el joven se sirvió un tazón de sake caliente. Mientras el vino de arroz corría agradablemente por su garganta, escuchó unos pasos livianos y claros en las escaleras que llevaban al primer piso.

Una jovencita bellísima, vestida de seda, entró en la habitación. Junchiro ya estaba casi arrepentido de haber entrado solo en el bosque, pero cuando vio a la joven se felicitó por la decisión que le iba a permitir pasar la noche en tan buena compañía.

El cansancio y la sensación de confusión provocada por el vino, más fuerte de lo que parecía al probarlo, le quitaban las ganas de hablar. Miró a la muchacha y sonrió.

Era verdaderamente hermosa, con su carita delicada pintada de blanco, los brillantes ojos negros y la cabellera larga y espesa sostenida en lo alto de la nuca por un peine de marfil y agujetas de plata. Su kimono de seda roja estaba bordado de flores y un cinturón dorado apretaba su finísima cintura, tan ajustado que casi parecía cortarla en dos.

En sus manos blancas y graciosas sostenía un instrumento de cuerda japonés, un shamizen, con sus tres cuerdas tensas sobre la caja de resonancia cubierta de cuero negro.


Junchiro was exhausted. The argument with his brother had given him the strength to get there, but now all I wanted in this world was to lie down and sleep.

Had it not been so tired, maybe he would have called attention to some details: this silence so great throughout the house, open door, and served as a waiting tray.

The night in the woods were cold and wet Junchiro was pleased to be in a warm, comfortable, not thinking about anything else.

Without any concern, the youth was served a bowl of hot sake. While rice wine flowed nicely down his throat, he heard a light and clear steps in the stairs leading to first floor.

A beautiful young woman, dressed in silk, came into the room. Junchiro was almost sorry he had come alone in the woods, but when he saw the couple welcomed the decision that would allow him to stay overnight in such good company.

Fatigue and feelings of confusion caused by wine, stronger than it seemed to prove him, and took the mood to talk. He looked at the girl and smiled.

It was truly beautiful, with her face painted white, delicate, bright black eyes and long thick hair held high in the neck by a comb of ivory and silver lace. His was red silk kimono embroidered with flowers and a golden belt pressed her fine waist so tight that it seemed almost cut in two.

In her graceful white hands holding a Japanese stringed instrument, a shamizen, with three stretched strings on the sounding black leather cover.

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